Permitidme que os cuente algún detalle más sobre el Carnaval tradicional, fiesta popular con mayúsculas.
El Carnaval suponía una inversión de lo cotidiano, del orden jerárquico establecido y nunca fue bien visto por los poderes civiles y eclesiásticos, ya que su celebración, eminentemente popular, conllevaba fuertes críticas sociales, políticas y religiosas. Sumadle ahora a esto el agravante del anonimato que permiten las máscaras. . Es por ello que se quisiera erradicar y desapareciese de muchos lugares.
El mundo rural, con tradición agrícola, ganadera o en los de montaña, eran donde existía mayor arraigo, donde vestidos con aquellas ropas de las que disponían, pieles o cuernos de sus propios animales y las caras enmascaradas con cenizas, barro, harinas o telas salían a las calles para disfrutar de estos días descontrolados.
A pesar de que la prohibición consiguió que cayera en el olvido en casi todos los lugares, todavía perdura en la memoria de algunos de nuestros mayores, bien por haberla vivido en los años 20/30 o bien por haberla escuchado narrar cuando eran niños. Hoy son varios los lugares en los que intenta recuperarse con aquella carga social y arraigo a lo popular; Torla, Ansó, Luco de Xiloca, Agüero, Somontano o las Cinco Villas. Este 2023 comenzamos en Urriés en concreto. Ojalá lo consigamos todos.
Pero dejadme que os cuente como trascurría en nuestra Zaragoza la Chica, base de lo que viviremos el día 4 de marzo.
En nuestro pueblo los ranuecos salían a la calle con las caras enmascaradas de hollín o tapadas con una mascareta, ropas viejas para poder mancharlas, con y sin pieles de animales de la casa y a buscar, a encorrer y a pringar a quien se cruzaba por el camino, sobre todo a las mozas, que la mayoría, aterradas se escondían en sus casas al salir del Baile.
A los niños se les ponía una sábana atada al cuello, un palo con una calabaza arriba y las manos pintadas con azulete para que de igual manera salieran a encorrer y manchar a los incautos que se cruzaran en su camino.
Algunos más osados, no sé si esta descripción es la más correcta, en vez de ceniza se llenaban de excrementos para que el pringue dejara un recuerdo aun más imborrable.
Para terminar al carnaval se hacía lo que llamaban «el entierro» o «el entierro de la sardina». Salían del Baile cuatro mozos llevando un cernedor sobre el que se ponía una sábana con unas alpargatas para simular que trasladaban a un muerto. Detrás un mozo con la cara enmascarada con harina, blanco-pálido ponía rostro al pelele para dar autenticidad. Al cadáver lo acompañaban uno vestido de cura y dos de monaguillos rezando en latín mientras a su alrededor se quemaba anís en una sartén para hacer lumbre y tirar hilos de fuego por las calles.
Todo esto lo recordaremos y recrearemos mientras disfrutamos de la rondalla, de la música y los porrones para finalizar quemando nuestros peores recuerdos en la hoguera y comenzar un años lleno de esperanzas.